Democracia:

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"Ensina-me SENHOR a ver as minhas próprias faltas e apaga-me a vocação de descobrir as faltas alheias." Emanuel

segunda-feira, 6 de dezembro de 2010

pensamentando II

Diálogos de viajes en un café italiano

Edgar Borges (Desde España. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

Gijón. Noche de verano. Tiempo de paseos; vecinos y turistas van y vienen. Andamos por la plazuela de San Miguel; Alicia me propone entrar a un café italiano y yo acepto comprendiendo su pasión por asociar los locales (por su forma o identidad) con los libros que estudio. Por estos días desarrollo un trabajo sobre la obra “El infinito viajar” del escritor italiano Claudio Magris.

El negocio, como la zona, tiene muchos visitantes; no es fácil conseguir mesa. La camarera nos invita a esperar un poco; una pareja de chicas (parecen italianas o comienzo a multiplicar la intención de Alicia) nos ofrece compartir su mesa; aceptamos; donde caben dos caben cuatro; las mesas del local son cómodas para darle espacio a cuatro sillas. Sonrisas y cada quien atiende a su pareja. Alicia me pregunta por mi trabajo; yo le digo que el libro de Magris recopila una serie de textos de viaje; el autor revisa la odisea circular de Ulises y la travesía moderna que desde Nietzsche propone una línea titubeante hacia la nada. No obstante, agrego, me llama la atención una idea que se asoma en distintas páginas del libro: “…se parte de casa, se atraviesa el mundo y se vuelve a casa, si bien a una casa muy diferente de la que se dejó, porque ha adquirido significado gracias a la partida, a la escisión originaria. Ulises vuelve a Ítaca, pero Ítaca no sería tal si él no la hubiera abandonado para ir a la guerra de Troya, si no hubiese quebrado los vínculos entrañables e inmediatos con ella para poderla reencontrar con mayor autenticidad”. Silencio (también en la pareja vecina), creo que hablé demasiado; Alicia observa la calle. Poco después dice que en cierta forma todos nos volvemos extranjeros la primera vez que salimos de casa, o del vientre, puntualiza la chica que está sentada a mi lado (efectivamente, es italiana) y pide disculpas por la intromisión. Muy cierto lo que dices, asegura Alicia, al salir al mundo ya nos hacemos extranjeros. Y, en su proceso de contemplación, Alicia se pregunta ¿qué cambiará más cuando todos los visitantes partan de la región, Gijón o la casa de ellos? La segunda de las jóvenes incorpora una tercera posibilidad: o quizá quienes cambien sean ellos (Escribe Claudio Magris que “Lo conocido y lo familiar continuamente redescubiertos y enriquecidos, son la premisa del encuentro, la seducción y la aventura; la vigésima o centésima vez que se habla con un amigo o se hace el amor con una persona amada son infinitamente más intensas que la primera. Esto vale también para los lugares; el viaje más fascinador es un regreso, una odisea, y los lugares del recorrido acostumbrado, los microcosmos cotidianos atravesados durante años y años, son un desafío ulisiano”).

Entre expressos italianos (la crema llama) y cervezas, las tres mujeres lanzan palabras al laberinto abierto por Alicia, mientras yo pienso en lo que cuenta Magris sobre la perspectiva del viajero. “Dante decía que bebiendo el agua del Amo había aprendido a querer con fuerza a Florencia, pero que para nosotros la patria es el mundo como para los peces el mar… Viajar enseña el desarraigo, a sentirse siempre extranjeros en la vida, incluso en casa, pero sentirse extranjero entre extranjeros acaso sea la única manera de ser verdaderamente hermanos”. Ahora soy yo quien observa la calle; en la plazuela de San Miguel un cuarteto interpreta jazz. Una “energía de mundo” recorre las aceras, entra al local y baila con el verbo de mis tres compañeras de mesa. “¿Dónde está la frontera?”, pregunta Saramago en el confín entre España y Portugal a los peces que, en el mismo río, según se deslicen por una orilla u otra nadan ora en el Duero, ora en el Douro.

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Publicado por ARGENPRESS en 14:36
Etiquetas: Cuento, Edgar Borges

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